El hule
La tal marquesa me dió la clave. En cuanto llegó a la casa de la otra, vió el hule que había, lo quitó, lo dobló y lo guardó en un cajón diciendo (parezco un cura en plena consagración) "ale, lo guardo en este cajón, que será el cajón del hule".
La otra tampoco crean que quedó atrás. No aguantó ni medio día con el mantel y, en cuanto pudo, pidió dinero al marido que en eso el programita era de lo más tradicional) y se largó a comprar uno. Ya se pueden imaginar los gritos de la marquesa al volver a su casa después de una semana en casa de su homónima: "pero bueno!, ha cubierto esta mesa de nogal con un hule espantoso! pero dónde creía que estaba? que yo soy una señora y en mi casa no entran hules!". La otra pobre se volvió loca para encontrar el suyo. No le entraba en la cabeza que un hule pudiera tener cajón. Ahí lo tienen. El hule. La prueba definitiva.
Tengo que confesar que en mi casa había un hule. Tenía el mapa de España y Portugal impreso encima. Pero era el de España de verdad, no esta guarrería de Estado de las Autonomías. Tenía su León separado de su Castilla la Vieja con La Rioja y Cantabria incorporada y su Castilla La Nueva con Madrid y sin Albacete (alguien me puede explicar quién fue el listo que aceptó el trueque). Su Murcia interior y costera. Vamos, una España como Dios Manda. Por supuesto, no les cuento qué escudo español lucía.
Tu mirabas los puntos de las ciudades y el tamaño del nombre y sabías inmediatamente cuál era más importante. Así, por ejemplo, los delirios cantonalistas de Cartagena quedaban sin argumentos ante el punto gordo de Murcia o veías que, claramente, Madrid era la capital de España. En casa de unos amigos de mis padres tenían la versión constitucional del mismo hule. Pero no era lo mismo. No tenía yugo ni flechas y Madrid se había emancipado.
El hule era de tela forrada en plástico por una cara, la del mapa. Así, si se te caía agua sobre Soria, podías recogerla antes de que quedara impregnada en EsPÁña. Era divertido extender una mancha de tomate frito (que el ketchup jamás entró en la cocina de casa) por toda la mancha, valga la redundancia. Luego llegaba mi madre enarbolando la bayeta vileda amarilla y dejaba el país limpio como una patena.
El hule tenía su propio sistema de recogida y almacenaje. En mi casa el hule se cuidaba. Con un palo de escoba se enrollaba, después de haberlo limpiado con la vileda y secado, que no se podía guardar húmedo, pues, como todo el mundo sabe, el agua acaba por comerse el plástico. Una vez convertido en canuto, se depositaba detrás de una puerta hasta la próxima vez. Si se rompía el palo, y alguna vez se rompió, se cambiaba por otro. Faltaría más.
Porque deben saber que si ustedes doblan un hule y lo guardan en cualquier cajón (al modo de la marquesa) como un vulgar mantel estarán comenzando a erosionarlo por los dobleces y, al final, de tanto estirar y doblar acabaría por romperse.
Después pasamos por esa fase intermedia hule-mantel. Sí, eso de poner el hule y encima el mantel para disimular. Pero eso es lo peor que se le puede hacer a un hule, aprovecharse de sus ventajas pero avergonzarse de él y querer taparlo. Ahora me arrepiento de ello. Si estamos a hules, estamos a hules. Y punto. Además, por aquellos entonces empezamos a doblar el hule para guardarlo con el mantel. Maaal.
Así estuvimos algún tiempo hasta que un día, no se sabe por qué, el hule se dobló definitivamente en cuatro y se metió en un cajón para no volver a salir más que para ir directo a la basura, todo agreietado y deshecho. Supongo que ascendimos socialmente o algo así. A mí me dió mucha pena que tiraran el hule. No sé, seguramente es una tontería pero prefiero mojar las madalenas o las tostadas en la leche sin miedo a que goteen en ese pequeño espacio de mantel que siempre queda entre el borde del plato de la taza y el final de la mesa. El hule me hizo acostumbrarme a no tener cuidado con eso y ahora es fácil saber en qué lado de la mesa como sólo con ver el mantel. A veces, ser pobre tiene esas pequeñas alegrías.
PD: Felicidades julius