miércoles, 5 de julio de 2006

Ten years ago...

Aviso: lo que está a punto de leer está basado en hechos reales. Algunos datos han sido alterados para preservar la intimidad de sus protagonistas. Si se ve reflejado en alguno de los protagonistas de esta historia, tal vez sea porque se trata de usted. En ese caso disimule y dé gracias de que por esta consulta sólo pasan pacientes selectos y de una discreción a prueba de salsas rosas. Si quieren saber más datos, conocer la verdadera identidad de las personas, etc. escríbanme un correo aunque ya les aviso que me reservo el derecho a contarles la verdad.

La dirección de la clínica del Dr. Malcolm declina toda responsabilidad derivada de las sandeces de su titular.

Allá va.

Hace ahora diez años, viví uno de los episodios más surrealistas de mi vida. Fue en O Grove. Sería el influjo del Atlántico, sería el agua de La Lanzada, la más fría que recuerdo, no sé. Les cuento.

Los protagonistas de esta historia son un par de hermanas nacionales y otro par de hermanas extranjeras; el anfitrión, un tipo gallego más raro que un pie que a esas alturas de año ya no sabía qué podía hacer para llevarse al huerto a la pequeña de las nacionales; su madre (de él) que aprovechaba cada ocasión para atizarle unos pescozones delante de todos nosotros que ríete tú de Sole de Siete Vidas (este es un personaje secundario, que no volverá a aparecer pero es que lo de las collejas me flipó, qué saña); su muy mejor amigo, un canario rubio que se dedicaba a calentar a la mayor de las nacionales mientras estaba enamorado (no tan en secreto) de la que era, en ese momento y todavía durante mucho tiempo más después, la novia de su entonces-no-pero-luego-sí-muy-mejor-amigo y que había llevado, como libro de lectura para esas vacaciones, Las Flores del Mal de Baudelaire (qué bodito y qué herposo!), y un servidor que no sé muy bien qué hacía allí.

De las hermanas extranjeras diremos que una hablaba español perfectamente pues llevaba todo el año estudiando aquí, y también latín, esto último por su propia experiencia vital (qué viva el guacamoli!!) y la otra no hablaba ni papa y gastaba una mezcla de timidez y mala leche que no sabías si te estaba pidiendo el azúcar o insultando a toda la estirpe de los Malcolm de toda la vida.

La distribución por habitaciones era la siguiente: Una habitación doble para cada par de hermanas, el rubio y yo compartíamos otra (mis neuronas no hacen sinapsis en lo relativo a si teníamos dos camas o sólo una, creo que dos pero no estoy seguro) y el anfitrión en la habitación de matrimonio esperando rematar la faena que llevaba intentando desde octubre.

Una noche decidimos ir de fiesta a Sanjenjo así que nos montamos en los coches pijos de los amigos pijos del anfitrión y allí que nos fuimos. A las 2 copas el pueblo ya había dado todo de sí (debía ser martes o así) y decidimos irnos a casa, cada uno por sus propias razones.

Yo, porque me estaba aburriendo como una mona y tenía un sueño de pelotas. El anfitrión porque había decidido acosar sin cesar a la hermana pequeña hasta vencer sus resistencias que, a esas alturas de año y tras 9 meses de incansable esfuerzo, eran todavía demasiadas. Las hermanas extranjeras porque estaban de mala leche (sobre todo la pequeña, claro) aunque como hablaban en su idioma no pude saber por qué. La hermana mayor porque estaba harta de ver cómo una amiga calienta del anfitrión le dedicaba excesivas atenciones al canario. Por razones obvias, éste era el único que se hubiera quedado un rato más.

Como los amigos se quedaron, nosotros volvimos en taxis piratas. En el nuestro un señor de 350 kilos con albert plá a todo trapo nos llevó a casa tomando las curvas a lo fernando alonso. Todavía siento escalofríos cuando escucho una canción de plá.

Lo bueno viene ahora. Llegamos a casa. Las guiris out, a dormir. La hermana mayor se va a la (mi) habitación a intercambiar pareceres a propósito de la actitud, en su opinión demasiado cariñosa, del rubio con la amiguita del anfitrión mientras que el susodicho acorrala a la otra hermana en la habitación esperando que, por fin, la cosa llegue a algún sitio.

Yo me siento en el sofá del salón a esperar a que todo acabe y pueda dormir algo, aunque barajando las posibilidades de echarme sobre el polipiel (o escai) del sofá. Posibilidad que, dada mi tendencia al sudor, sobre todo en verano y en sitios húmedos, no terminaba de convencerme, fuera a ser que a la mañana siguiente tuvieran que despegarme del plástico con espátulas. En honor a la verdad diré que el sofá era de esos de escai marrón con los cojines reversibles forrados por un lado con una tela mezcla de fieltro de sombrero y arpillera de hacer sacos, por lo que se descartaba darles la vuelta, so pena de aparecer con un peeling de cutis que ni la lijadora black and decker del bricomanía.

Volvamos a la escena. De repente, la hermana mayor sale de mi cuarto muy enfadada y se viene al salón. Me cuenta que en mitad de la discusión, por alguna razón, de entre las páginas del librito de Baudelaire del rubio se cayó una foto de su amor platónico (esa que era la novia de otro etc, etc.) usada a modo de señalalibros. (suspiro). Claro, contra eso no había argumentos. Un tipo puede justificarse ante una chica de su actitud hacia otra, pero si aparece una tercera, sobre todo, de entre los versos de un libro de poemas de amor, pues la cosa se complica. Yo, al menos, no tendría argumentos.

En esas estábamos cuando la hermana pequeña consiguió huir de la habitación de algún modo, recomponiéndose el camisón o pijama (esto tampoco lo recuerdo demasiado bien) y, detrás, el anfitrión con lo que a todas luces parecía una semierección bajo el pijama. Comenzó una persecución entre ambos por toda la casa que terminó por despertar a la furia extranjera. Ni les cuento los improperios en su lengua que soltó por esa boquita. Eso sirvió para que las cosas volvieran a su cauce, cada uno en su cama y dios en la todos.

Al día siguiente, nadie comentó el tema, como si no hubiera pasado nada, pero para el mediodía yo ya estaba montando en un TALGO desde Santiago a Madrid porque decidimos poner fin anticipado a las vacaciones. Cuando llegue a Madrid mis padres estaban esperándome en chamartín intrigados acerca de por qué lo que era una semana en la playa había terminado así de rápido. Hasta hoy no había dicho nada. Espero que no lean esto. O sí, total, ya hace diez años.

Otro día les cuento, por qué aproximadamente 15 o 20 días después de aquello yo estaba de nuevo en chamartín, volviendo, casi huyendo esa vez, de un campo de concentración, perdón, quise decir de trabajo, en el sur de Francia, previo paso por Barcelona (con noche al raso, en la puerta de la estación de sants con mi mochila incluida) y sin que esa vez nadie de mi familia fuese a buscarme, que mi padre es muy suyo para sus cosas y decidió que no me merecía que me recogieran. Pero eso, como les digo, es otra historia.

7 comentarios:

Anónimo dijo...

qué grande malcolm! jajajajajajajaja, me ha encantado su relato y si, qué viva guacamoli!

tengo una duda, pero ya me pasaré por la consulta..

Colette dijo...

Realmente es todo un mérito que, con tanta gente en una misma historia de la cual no se pone nombre alguno, se acabe una enterando de la cosa...es usted todo un "cuentista".
Me ha encantado lo del peeling...muy vívido.

Anónimo dijo...

Qué pedazo de entrada la de hoy! Parece September de Woody Allen: seis personas en una casa de la playa un fin de semana, quién se lía con quién, el ritmo moroso... Te has salido.

Pierre Nodoyuna dijo...

Muy buena chaval, me he reído un rato... ahora faltan los nombres jeje

Anónimo dijo...

Macho, te ha quedado que parece un capítulo de los buenos, buenos de Frasier...

Anónimo dijo...

pierre, yo le informo gustosa cuando quiera, je je je!
ya he vuelto de Paris. Dio caro, cómo estaban ayer los franceses, qué nochecita, qué... ALLEZ LES BLEEEEEEUS!!

Anónimo dijo...

muy buena Malcolm!